Crónica de los congresos internacionales de la lengua española
La Prensa | Opinión | La Voz de la Academia | 13 de abril de 2023
Por Irina de Ardila
Es evidente que los congresos de la lengua constituyen la mayor fiesta de todos los pueblos hispanohablantes, donde proclamamos nuestras identidades y diferencias.
El iniciador de la filología hispánica, Ramón Menéndez Pidal y destacado estudioso de la lengua Dámaso Alonso se encontraron en un congreso y uno le preguntó al otro: ¿Cómo durmió usted esta noche? Muy mal, fue la respuesta. ¿Y por qué? Pasé pensando toda la noche si pongo con o en…
¿Habrá alguien quien no esté enterado de que la palabra “congreso” se despliega en dos misiones? Muchos me dirán que la primera y más antigua viene del latín congressus, que significaba “reunión”. Esa raíz, también ha nutrido en español al sustantivo “congregación” o al verbo “congregar”. La segunda función de “congreso” se ha hecho institucional para designar las Asambleas legislativas y los edificios que las albergan. El primer significado se ha venido connotando con un tono científico y por eso los congresos de la lengua se relaciona con reuniones donde unos especialistas exponen ponencias muy técnicas y que no buscan la repercusión ante los extraños sino el reconocimiento de los propios. Con estos antecedentes, los congresos de la lengua, según muchos, alentaron dos prejuicios contradictorios que han persistido. Uno consiste en pensar que sus sesiones solamente quedan al alcance de los eruditos. Y el otro, en sentido contrario, sostiene que tales reuniones son puro entretenimiento y espectáculo sin ninguna solidez académica.
De hecho, las comunicaciones presentadas en las nueve reuniones se basaron en investigaciones sólidas e innovadoras, de gran interés para los expertos. Por ejemplo: la sección dedicada a “La industria del español como lengua extranjera” acogió 17 ponencias llenas de datos, cifras, propuestas y perspectivas de gran rigor técnico y las podemos consultar en el espacio que el Instituto Cervantes dedica en la Red a los congresos de la lengua al igual que otras tituladas “La modalidad lingüística hispanoamericana en el Cono Sur en la época de la Independencia” o “El español como lengua integradora”.
La segunda corriente de opinión también tiene su razón de ser. El sentido del espectáculo que se les ha dado consiguió asimismo sus éxitos. Gracias a la presencia de jefes de Estado, de renombrados escritores, de empresarios y periodistas o de personalidades de distintas ramas artísticas, los congresos han servido para enviar un mensaje de orgullo por la riqueza, la diversidad y la unidad de nuestro idioma. Al descorche de esa imagen de espectáculo y polémica, de acuerdo a los materiales publicados, contribuyó en primer lugar Gabriel García Márquez cuando en octubre de 1997 propuso en Zacatecas en México la alteración de la ortografía del español. Y después le siguió el autoplagio de Camilo José Cela, quien repitió en la inauguración de Valladolid trece párrafos de los quince que había leído en su discurso de Zacatecas.
Esa cadena de sorpresas para “regocijo” de los periodistas continuó con la controversia sobre la conveniente o intolerable (depende) desaparición de lenguas indígenas minoritarias… Y llegó hasta la sesión inaugural que presencié personalmente de Puerto Rico con el innecesario debate en torno a la palabra «puertorriqueñidad», término que el escritor Luis Rafael Sánchez propuso para su incorporación en el Diccionario, a pesar de que ya estaba recogida en la edición impresa desde 2014.
Gabriel García Márquez descorrió la cortina de los congresos lanzándose en una polémica. “Jubilemos la ortografía”, dijo. “Enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”.
Esas frases del entrañable Gabo levantaron de inmediato muchos desacuerdos, expresados con educación y hasta con una cierta comprensión. Hubo quienes las miraron con benevolencia, y entendieron que la intención del premio Nobel se dirigía a simplificar las reglas para dedicar más tiempo a que los estudiantes se expresen mejor. Otros argumentaron que millones de hispanohablantes cumplen con las reglas ortográficas sin haberse tenido que aprender ninguna.
Simplemente, leen. Y la lectura es la principal fuente del conocimiento. Porque, como señaló el rey Felipe VI “un buen lector es alguien dispuesto a dialogar”
Unidos por la lectura” fue el lema expresado enfáticamente en el IX Congreso de la Lengua recién celebrado en Cádiz por el director de la Academia Panameña de la Lengua, don Arístides Royo desde la tribuna plenaria del Palacio de Congresos.
El investigador panameño Bernal Castillo disertó sobre el tema: la Educación intercultural bilingüe y a mí me tocó presidir un panel que despertó un cúmulo de interrogantes: Las lenguas originarias de América del Sur y el español.
Además, la presencia de Panamá se hizo patente en el lanzamiento de la colección Clásicos ASALE, donde al doctor Aristides Royo presentó el estudio de Ricardo J. Alfaro Reflexiones sobre el anglicismo en español.
Es evidente que los congresos de la lengua constituyen la mayor fiesta de todos los pueblos hispanohablantes, donde proclamamos nuestras identidades y diferencias en un ambiente en que todo se discute y se disfruta, donde se festeja nuestra literatura y se celebra nuestro idioma.
La autora es docente universitaria
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