¿Qué hacemos con los dialectos?
La Prensa | Opinión | Voces de la Academia | 1 de junio de 2024
Por Jorge Sarsaneda del Cid
“¿Y usted habla eso?”, me preguntó un joven campesino de Tolé hace unos cuantos años. Yo había saludado a un ngäbe con una frase aprendida: Köbö kwin degä (buen día en la mañana). Me chocó el desprecio que expresaba el campesino, aunque sin mala intención. Años antes, en una comunidad ngäbe, la maestra de primer grado -que llevaba varios años en el lugar- me dijo, con gran ingenuidad: “Yo ni saludar sé en el dialecto”.
Es la actitud que consideramos “normal”, la concepción de la vida y la forma de enfrentar la realidad multicultural que hemos recibido; es lo que normalmente vemos en las personas, lo que escuchamos y aprendemos: Nosotros, la mayoría, hablamos español; ellos, una minoría, hablan un dialecto, una lengua que no se entiende (que no entendemos) y que, por tanto, rechazamos, despreciamos, minorizamos. El hecho de llamarle “dialecto” a un verdadero idioma (con gramática, estructura, sintaxis, morfología, etc.) es indicativo de la ignorancia en que nos han mantenido durante mucho tiempo.
El artículo 7 de la Constitución Nacional reconoce el español como el idioma oficial de esta república. Y, aunque los artículos 88 y 90 aluden a las “lenguas aborígenes” y proclaman el “estudio, conservación y divulgación” de las mismas, no es sino hasta 2010 (ley 88) cuando se aprueba una ley que “reconoce las lenguas de los pueblos indígenas” y manda que se organice la “Educación Intercultural Bilingüe”.
Desde 1975 se han hecho esfuerzos loables por implementar la llamada Educación Bilingüe o Educación Intercultural Bilingüe, para no confundir con la enseñanza del inglés. Se hicieron estudios, se elaboraron cartillas, se escribieron libros para primer grado, algunas gramáticas, algún pequeño diccionario, algunos libritos de cuentos e historias, pero nunca ha surgido con fuerza este trabajo, por lo menos en la Comarca Ngäbe-Bugle.
Otra historia ha sido en la Comarca Guna Yala. Ahí, sus mismas autoridades se han implicado en el proceso, han elaborado diccionario, gramática, libros de texto, currículo, planes, formación, y han buscado financiamiento. El Congreso de la Cultura Guna ha dado su aval a este caminar. Hoy, en un buen número de escuelas de dicha Comarca, la EIB va caminando por el cuarto grado de primaria.
¿En qué ayuda esto al país?, preguntarán algunos. El idioma es algo sagrado porque nos identifica como pueblos. No se trata de hablar palabras “raras” sino de comunicarnos con la mentalidad y costumbres de nuestros antepasados. Si se pierde el idioma, se fragmenta el alma de un pueblo. Los idiomas ejercen un papel estratégico importante en la lucha por la sobrevivencia de los pueblos originarios. Es la manera específica de percibir el mundo y de proyectar el futuro a partir de la peculiar y exclusiva percepción y representación de su identidad como pueblo, diría el antropólogo Paulo Suess. Por eso, Carlos III prohibió la enseñanza de lenguas indígenas en América, por eso los jesuitas obligaban a sus miembros a aprender lenguas indígenas para trabajar en América, por eso las escuelas pueden ser tan peligrosas para las culturas originarias (una escuela etnocéntrica puede ser una escuela etnocida).
Tenemos un reto inmenso que implica al 17% de la población panameña que se reconoce como indígena y también nos implica a todos los demás, porque si no conocemos nuestra historia y los idiomas que han dado origen al ser panameño, nos estamos perdiendo la mitad de la vida. ¿Por qué los árabes, los hindúes, los griegos, los hebreos, los chinos, todos grupos que llevan más de doscientos años viviendo en este territorio, mantienen sus idiomas y los valoran? Porque les da identidad, cohesión, fortaleza, raíces, orgullo. Así como nos une el idioma español, también nos deberían unir los idiomas indígenas y darnos cohesión como país con una historia, no de hace 500 años, sino diez mil o más.
Invitamos a docentes y funcionarios del ministerio de Educación a que le dediquen un tiempo al estudio de la ley 88 de noviembre de 2010 porque no sólo habla de los idiomas indígenas, sino de obligaciones en cuanto al aprendizaje de dichos idiomas. Es más, así como existe una Academia Panameña de la Lengua (española), así también debería existir una Academia de Lenguas Originarias que promueva los estudios, la investigación, el enriquecimiento, la defensa y el desarrollo de estas lenguas.
El autor es investigador y académico.
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