El hombre de la yegüita
La Prensa | Opinión | La Voz de la Academia | 9 de junio de 2023
Por Melquiades Villarreal Castillo
Existen personajes singulares, cuyo recuerdo se convierte en patrimonio popular. Me referiré al señor José de la Cruz Delgado, nacido en Peña Blanca de Las Tablas el 13 de junio de 1920 y fallecido el 17 de abril de 2023. Fue un campesino simple, de costumbres sanas; jamás pronunció un vocablo altisonante.
Sus ingresos dependían de lo que obtenía de la tierra, nunca quiso trabajar para nadie a cambio de un salario, puesto que consideraba que debía obtener el pan con el sudor de su frente. No aceptó ayuda de sus adversarios, porque pensaba que era una forma de sometimiento. Vivió de la venta de sus cosechas, las cuales trasladaba en su yegüita hasta Las Tablas. Su bestia, para el imaginario popular de la región, fue una especie de Rocinante de un Quijote que creía en sus ideas o de un Babieca propio de un Cid amo de su propia lucha.
Hoy no lo recordaré como persona individual, sino como el colectivo que simboliza. Su habla y la de las personas de su época se desarrolló entre arcaísmos y metáforas. Recuerdo que en una ocasión se refirió así a un día nublado: “El día tiene la color triste”; o que fulano de tal se creía rico y que no tenía ni un maravedí. El maravedí es una moneda de muy poco valor que se empleó en España hace varios siglos. Resulta interesante que el vocablo en boca del hombre de la yegüita cobra nuevo significado, pues jamás utilizó la voz maravedí para referirse a una moneda española antigua, sino como pobreza extrema.
Se le conoció con el sobrenombre de Lu, (luz) y en verdad es una antorcha que ilumina el entendimiento de los que nos interesa conocer las primeras décadas del siglo XX, donde la electricidad no había llegado por estos campos, donde en medio de la oscuridad propia de las noches lluviosas, era frecuente que la gente se tropezara con la Silampa o la Cancaruña. Tampoco resultaba extraño que en el pueblo se comentara que alguien tenía pacto con el meco (demonio) cuando sus negocios eran muy fructíferos.
Muchas de las palabras utilizadas por la generación del hombre de la yegüita ya no se emplean, aunque algunos las recordemos. Aún pregunto a la gente de mi generación si conocen el color marañuela y todos lo relacionan con el color anaranjado; del mismo modo, para el hombre de la yegüita y sus contemporáneos los colores se conocían con palabras diferentes de las que usamos hoy: un gallo era giro, un toro ararado, un gato morisco, etc.
En el salveque (bolsa de pita) de sus conocimientos hay casos que captan mi atención. Lícuro, por ejemplo, significa único: “este es el lícuro real que tengo”. El nombre de las monedas no era el mismo que usamos hoy: el balboa se convirtió en dólar (por la relación de valor con la moneda estadounidense), la moneda de cincuenta centavos se convirtió en peso en remedo de la moneda colombiana; la de veinticinco centavos se denominaba medio peso por la misma razón; la de diez centavos fue bautizada como pesetita (parecida a un pequeño peso y, de curiosa manera, usada en femenino); también estaban los reales (moneda de cinco centavos), el cuartillo (1.75 centavos) y el medio (2.5 centavos).
En las primeras décadas del siglo XX, en el campo no se hablaba de dólares ni de balboas, se hablaba de pesos. Por ejemplo: “esto me costó diez pesos; es decir, cinco balboas).
Lu, el hombre de la yegüita, se llevó consigo muchos registros del habla nuestra, tan rica y evolucionada.
El autor es docente, periodista y filólogo.
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