Mi querido Don Quijote
La Prensa | Opinión | La Voz de la Academia | 21 de abril de 2022
Por Irina de Ardila
Los creadores de Robinson Crusoe o de Los Viajes de Gulliver no pudieron imaginarse que con el tiempo sus libros se trasladarían de las manos de los lectores adultos a las de los niños. La novela de Cervantes corrió un destino un tanto parecido. Es normal que a Don Quijote lo conozcamos ya en la infancia. Los adultos volvemos a Cervantes (si volvemos) junto con los niños. Componiendo la colección de la literatura infantil, descubrimos que el Don Quijote no es simplemente un libro de la infancia lejana, sino una multifacética epopeya humana más trágica que cómica.
En 2002, el Comité Noruego del Premio Nobel, reunió a un jurado de 100 escritores de 54 países para escoger la mejor obra de la literatura universal. El Quijote fue reconocido como “el libro de todos los tiempos y los pueblos”.
Todas las variantes de la lectura de Don Quijote se inclinaban hacia dos enfoques opuestos: uno, acentúa la parte jocosa de las aventuras y las conversaciones entre Don Quijote y Sancho Panza; el otro, es basado en la idea de que detrás de la ironía del autor y la parodia a las novelas caballerescas, se oculta el contenido serio, si no trágico, que motiva al lector a no reírse del Caballero de la Triste Figura, sino a condolerle. Hagamos una breve digresión. ¿Es el Quijote un libro jocoso? Durante el siglo XVII, “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” alcanzó más de 70 ediciones a nivel mundial. Esas generaciones lloraban de la risa leyendo las aventuras del desdichado Caballero.
Baltasar Gracián escribía, en la mitad del siglo XVII, que la incongruencia entre las dotes físicas y los objetivos planteados, era una de las imperfecciones principales del Quijote. Observaciones muy típicas para aquella época.
En los siglos posteriores, aquellos rasgos del carácter de Don Quijote sirvieron para redefinir su imagen heroica y elevada. Y fue aquella incongruencia la que hizo al hombre con la bacía sobre la cabeza y montado sobre un rocín flaco, el héroe de todos los tiempos.
Thomas Mann, en Travesía Marítima con Don Quijote, escrita en 1934, manifiesta que la novela de Cervantes era jocosa. Escribió el gran autor alemán que leyó dos veces el capítulo de los leones, impresionado por su “patetismo cómico” y su “inteligencia moral”. Nabokov opinaba que el Quijote era un libro cruel. ¿Acaso llevaba razón Ortega y Gasset cuando afirmaba que la España de su tiempo había perdido el alma y que ésta se encontraba en la obra cervantina? Nabokov y Ortega efectuaban la misma comparación: la de Don Quijote con Cristo sufrientes. El ensayista florentino Roberto Calasso vio a Sancho Panza como el escritor que había logrado librarse de su demonio, “al que más tarde llamaría Don Quijote”. ¿O tal vez deberíamos volver en el tiempo a la tierra inglesa de Virginia Woolf y escuchar lo que escribió en su diario el 5 de agosto de 1921? “Séame permitido decir lo que pienso, mientras leo el Quijote después de cenar. Principalmente, que escribir era, en aquel entonces, contar historias para divertir a la gente […] Esto es lo que me parece el motivo del Quijote: entretenernos a toda costa. En la medida en que puedo juzgar, la belleza y el pensamiento surgen inconscientemente. Cervantes apenas era consciente de su serio significado, y apenas veía a Don Quijote tal como nosotros lo vemos. Realmente, ahí radica mi dificultad; la tristeza, la sátira, hasta qué punto es nuestra, hasta qué punto es involuntaria. ¿O acaso estos grandes personajes tienen la virtud de cambiar según sea la generación que los contempla?”.
Cien años después de su nacimiento, Don Quijote llegó a Rusia. Y es ahí donde la novela de Cervantes encontró sus más fervientes, apasionados y más profundos interpretadores. Escribía Мiguel de Unamuno que “El pobre caballero de la Mancha, al alzarse del ataúd al cual lo había puesto Cervantes, había dado una vuelta alrededor el mundo, siendo recibido con alegría, y comprendido en muchos confines; pero ante todo, en Rusia…”. Dostoyevsky, el más apasionado admirador del “Libro más triste del mundo” entre los pensadores rusos, se enfrascó en los problemas de carácter ético, moral y filosófico del ser humano. “En todo el mundo no existe una obra más profunda y más fuerte. Es por ahora la última y la más grandiosa palabra del pensamiento humano, es la ironía más amarga, que puede expresar solamente la persona, y si el mundo hubiera terminado y alguien por allá hubiera preguntado a la gente: ‘Que, si ellos habían comprendido su vida en la tierra y qué habían concluido sobre aquella’, entonces el hombre habría podido extender en silencio Don Quijote diciendo: ‘He aquí mi conclusión sobre la vida, y ¿acaso, usted sea capaz de condenarme por eso?” Dostoyevsky enraizó El Quijote en la tradición nacional de la cultura rusa. Vio toda la polifonía de la novela, la irremediable tristeza por la pérdida de los ideales. Llevó a cabo la transcripción cultural, no habiendo destruido además el original. Definitivamente, al haber adaptado la idea filosófica del quijotismo a la mentalidad rusa, creó aquel círculo de ideas que se convirtieron en la base del quijotismo ruso que tanto hace falta hoy. Para enmarcar al don Quijote de Cervantes al texto cervantino, Nabokov comenzó a delimitar y cristalizar su contenido capítulo por capítulo. De manera similar la escritora española, María Teresa Gallego Martínez autora de varias novelas, emprende un completo “vía dichas” en su libro, Querido Don Quijote, exquisitamente publicado por Castilla La Mancha, a través de 126 capítulos de la obra de Miguel de Cervantes Saavedra. Soy de la opinión que a los lectores no se les debe imponer cómo leer una obra literaria. Cada uno se imagina su propio final. Por esta razón Guy Davenport puede afirmar en las últimas líneas de su introducción al Curso sobre el Quijote de Nabokov: “Y hasta el propio Nabokov, siempre tan presto en hallar y denunciar las crueldades en todo lo que es sentimental, concluye: ‘… ya no nos reímos más de él. Su blasón es la compasión, su estandarte la belleza. Representa todo cuanto es suave, perdido, puro, altruista y galante’”. Respecto a esto, María Teresa apunta que el Quijote es igual y distinto para todos y nos advierte que su libro no es en ningún momento un resumen de don Quijote, pues éste no se puede resumir. En Algo de biografía, logró no solo esbozar un currículum vitae del escritor, sino ambientarnos a las costumbres familiares y tradiciones culturales de aquel entonces. La autora, comparte la opinión de Leandro Rodríguez, catedrático de la Universidad de Ginebra y natural de Trefacio, en la provincia española de Zamora, de que Miguel de Cervantes podría ser zamorano y judío. En España, dice María Teresa, hay pocas personas que leen el Quijote. Su única pretensión es animar a leerlo. “Cojámoslo sin miedo y comencemos”. Igualmente, le llaman poderosamente la atención las relaciones entre don Quijote y Sancho Panza. Son muchas las observaciones y los ejemplos donde nos confirma la espiritualidad del primero y el materialismo o pragmatismo del segundo. “Como ven, a Sancho le basta el oro, a don Quijote el escrito”. Además de notar que el mismo Sancho, a cada rato, subraya que él es un viejo cristiano y ahí surge la pregunta ¿a diferencia de quien? ¿Será del Quijote? Con una punta de picardía, Cervantes hace decir a Sancho: “Sea por Dios, que yo cristiano viejo soy, y para ser conde esto me basta. Y aun te sobra, dijo don Quijote; y cuando no lo fueras, no hacía nada al caso; porque, siendo yo el rey, bien te puedo dar nobleza sin que la compres…”. Una nobleza, que no se compra con dinero. Así pues, Sancho es cristiano viejo, pero don Quijote de la Mancha, simplemente dice: soy el rey (lo que permite sospechar que no es cristiano viejo).
Si ustedes aún no han encontrado tiempo para la lectura de Don Quijote de la Mancha, de Cervantes, esa infausta epopeya sobre la vida y el honor, sobre el amor y la locura, ese llanto silente sobre toda la infeliz estirpe humana y Querido don Quijote, de Gallego Martínez, es prudente que dejen de lado lo que estén haciendo y comiencen a leerlos. Porque en el Juicio Final les va a ser muy difícil justificar por qué no los leyeron en vida.
La autora es profesora de lenguas
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