Pureza del lenguaje en la poesía de Gustavo Batista Cedeño
La Prensa | Opinión | La Voz de la Academia | 3 de agosto de 2023
Por Melquiades Villarreal Castillo
Gustavo Batista Cedeño (1962-1991) es un poeta llamado a extraer al máximo la belleza de cada palabra en sus versos. Su poesía tiene como finalidad la suprema conquista estética, inclusive en lo más nimio.
Sin embargo, paralelo a la búsqueda de la belleza, la poesía de nuestro bardo también se enfoca en un ensayo permanente por encontrar y comprender lo inexplorado: “Te hablo de cosas desconocidas/ y de voces que preparan/ un relato ya aprendido”. Esta gavilla de versos de su libro Áncora y otros poemas nos rebela los arcanos de su ejercicio poético; el héroe lírico se dirige al interlocutor para dialogarle sobre esencias ignotas —que a la vez son enigmas cautivantes— a través de voces, no solo de la suya, que contarán un relato aprendido que, sin duda, es la narración de las vicisitudes propias de la vida de todo ser humano, la cual, aunque esté llena de esperanzas o de novedades, siempre arribará en el puer to común de la muerte y del olvido.
En el poema 28 del mismo poemario, el yo poético testimonia la desilusión que le produce el conocimiento de la realidad de la existencia: “Frágiles somos./ Se enrumba nuestro ser/ por las escalinatas/ donde al final todo hombre/ no es un Dios”. El mensaje expreso en estos versos puede percibirse desde varias ópticas; la conciencia de la muerte nos limita por más que intentemos soslayar sus escollos; de nada sirve realizar esfuerzos para ascender a alturas inimaginables si nuestra finitud les pondrá fin a todos los afanes. Como humanos estamos limitados por la brevedad, más aún si pretendemos entenderla bajo el prisma de lo eterno.
El poema 52 me parece desgarrador, pues el hablante se coloca frente al despeñadero que lo conducirá a su fin inexorable: “Si me fuera posible vivir/ esa vida no vivida/ que son todos los sueños/ que me faltan”. El héroe poético manifiesta su pavor ante la presencia de la muerte y expresa su nostalgia al sentir que no ha vivido lo suficiente, piensa que le faltan experiencias y sueños por cristalizar; sin embargo, hay un aspecto que capta mi atención: el hablante, pese a que enarbola su pesar, bosqueja también su aceptación de lo ineludible con estoicismo y con fe en la posibilidad de otra existencia.
El poema 78 es un canto esperanzador, en el cual el vate abandona su frustración en la hegemonía de la ilusión: “Mi alma sueña jugar con aquel niño/ al que le han dicho que mañana/ podrá tocar con sus manos/ todo el cielo”. Es su alma, que no su cuerpo, la que desea departir con el niño al que se le ha prometido una esperanza más allá de la ilusión. La imagen resulta bellísima, pues se enfoca en la candidez característica de la infancia que aún no se ha contaminado con los negativos efluvios del engaño, por lo que espera confiado en un mañana donde sus manos se elevarán al cenit del placer para palpar el cielo.
Es observable que los poemas de Gustavo Batista evolucionan del desaliento al consuelo, de la zozobra a la satisfacción, de la oscuridad a la luz. Desde cualquier punto de vista, desde cualquier situación, por negativa que parezca.
Gustavo Batista siempre manifiesta en sus versos una gran fe en la redención. Su poesía está escrita con un lenguaje transparente que nos envuelve con los misterios propios de su luminosidad y nos arrastra hacia los confusos senderos de la multiplicidad de significados a través de una grata emoción estética producto de la incuestionable pureza de sus versos.
El autor es profesor y lexicógrafo.
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