Mi vida en español
La Prensa | Opinión | La Voz de la Academia | 6 de enero de 2022
Por Irina de Ardila
Aunque parezca inverosímil, fue el idioma español que definió, determinó y esculpió mi vida. Muchas veces me veía como una observadora imparcial de una lucha tenaz y cruel entre dos magnos idiomas: el ruso de León Tolstoi y el español de Miguel de Cervantes. Hoy agradezco al sino que me unió inseparablemente con el idioma español. Mi arribo a Panamá lo precedieron circunstancias extraordinarias. Gracias a mi madre, al ver los acontecimientos en el Continente en Llamas y los discursos incendiarios de los idealistas barbudos en los años 60 me inscribió en la primera escuela en Moscú donde varias materias se enseñaban en español. Ahí leímos la Edad de Oro de José Martí, Pepita Jiménez de Juan Valera, Don Gil de las calzas verdes de Tirso de Molina, Doña Perfecta, Los episodios nacionales de Benito Pérez Galdós y por supuesto las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes.
Al continuar los estudios en la Universidad Estatal Pedagógica de Moscú, terminé cursos de guía intérprete y frecuenté los seminarios científicos latinoamericanos para practicar el idioma y conocer mejor su cultura. Esa fue la segunda inmersión. Ahí conocí a un joven panameño que me contaba historias de chicheme y Tuliviejas. Fue cuando escuché por la primera vez los versos de Ricardo Miró (“donde he robado un beso, donde aprendía a soñar”), Amelia Denis (“ya no eres mío idolatrado Ancón”), Demetrio Korsi (“con queja de indio y grito de chombo”), Esther María Osses (“Tal vez aquí, bajo la herida tierra,/ al pie del árbol Panamá se encierra/ en este grito conque yo la nombro”) y José Franco (“mañana, te lo juro, cantaremos un himno por la vida”). La imagen de Panamá se iba revelando y tomando forma a través de sus memorias y esbozos poéticos. El 24 de diciembre de 1978 José volvió a Moscú con la firme decisión de contraer matrimonio conmigo. Le dije que sí (hizo un viaje demasiado largo, por eso mi “Sí” fue corto). La tercera inmersión se divisaba, aunque en lontananza, pero muy en ciernes…
Al llegar al país del Canal y dar comienzo a la cuarta inmersión, me reencontré con dos océanos, con el famoso cerro, con la naturaleza apabullante y con el Casco Viejo. Inmediatamente me llevaron al pueblito de Hornito en Chiriquí. Mi esposo trabajaba en la hidroeléctrica la Fortuna y yo comencé con la quinta inmersión, es decir, enseñar el español a los extranjeros que representaban distintas compañías. Todos los fines de semana bajábamos del monte a darnos un baño de ciudad. Para mí eran dos mundos distintos. Eran los últimos años de comprar fiado y ser obsequiado con una ñapa. Nos encantaba ir al Cinema Arte en el edificio Hatillo, y al de Bella Vista. Al mudarnos de Hornito a la ciudad nos fuimos a vivir a Calidonia. ¡Así se dio comienzo a la sexta inmersión! Tempranito los sábados José traía “pa mí” unas humeantes y picantitas empanadas caribeñas que se vendían al otro lado de la Central. Todavía no sabía que su nombre era Patí y creía que eran para mí.
Desde febrero de 1983 y hasta hoy comienza mi séptima inmersión al ejercer docencia en el departamento de Español de la Universidad de Panamá.
En nuestro suelo habita una gran cantidad de extranjeros deseosos de aprender la lengua de Cervantes que se inscriben en los cursos de Español para Extranjeros del Centro Acreditado por el Instituto Cervantes del Centro de Lenguas de la Facultad de Humanidades. Quedan retos: formar profesores que dominen la metodología de la enseñanza de español; consolidar los programas de actualización de profesores en línea. De igual forma, la Academia Panameña de la Lengua realiza una labor encomiable: cursos académicos para los profesores, muestras de cine literario y círculos de lectura.
Me siento optimista con el futuro de la enseñanza y la difusión del idioma español.
La autora es profesora y académica
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