Sobre el español que se habla en Azuero
La Prensa | Opinión | La Voz de la Academia | 15 de octubre de 2023
Por Melquiades Villarreal Castillo
Existen en el español que se habla en Azuero una serie de fenómenos lingüísticos que han motivado este artículo. Conviven con el léxico actual, modificado por las herramientas tecnológicas de moda, voces latinas como vide (vi) vido (vio) formas del verbo videre (ver). La voz mesmo pugna por no desaparecer ante mismo que se emplea en la actualidad. No obstante, las personas que todavía usan estas voces en lugar de decir pensar dicen cavilar.
En cuanto a los nombres propios, muchos tienen origen latino, tales como: Ovidio, Laura, Adriano, Camila, Juvenal o Petra. Capta mi atención la enorme cantidad de nombres griegos que se emplean en la región, entre los que recuerdo: Arcadio, Eunice, Helena, Práxedes, Macario, Néstor, Narciso, Jasón, Héctor, Aquiles, Homero, Felipe, Eugenio.
Entre los jóvenes, es impresionante la cantidad de voces que emplean de manera diferente a los mayores. A modo de ejemplo, utilizan el verbo transar con un significado ajeno al que le atribuye el Diccionario de la Lengua Española. Cuando un joven señala: ‘Pedro me transó la pelota”, expresa: ‘Pedro me robó la pelota’. Es muy difícil escuchar a un estudiante que diga: ‘fracasé matemáticas’, pues dice: ‘el profesor me quedó en matemáticas’.
Del mismo modo, entre las personas mayores se conserva un léxico sobre el que se cierne la amenaza de la desaparición. El significado de la voz maravedí (‘moneda antigua española, efectiva unas veces y otras imaginarias que tuvo diferentes valores y calificativos’) evolucionó al grado de que significa no poseer nada.
Aún perviven voces empleadas en la agricultura de subsistencia. Roza y mata se utilizan para indicar una ‘porción de terreno poblado de árboles de una misma especie’ y, cuando está lleno de maleza se llama ‘brusco’ que también significa lugar de trabajo: ‘voy para el brusco’. Las unidades de medida utilizadas son curiosas: ‘manotada’ es el conjunto de espigas de arroz que abarcan la mano de un hombre; bangañada es la cantidad de granos que caben en una bangaña: ‘fruto de ciertas cucurbitáceas cuya cáscara se utiliza como vasija’; ‘avión’ es una especie de cuchilla para cortar espigas de arroz.
Aunque el verbo socolar (desmontar) aparece en el Diccionario de la Lengua Española, el sustantivo socuela no; su uso es acostumbrado en expresiones como: ‘Marcos tiene una junta de socuela’.
Muchas enfermedades se curan bebiendo guarapo; pero ‘enguaraparse’ es sinónimo de emborracharse; otros padecimientos sanan con ‘tomas’ (dosis) de julepes; hay males como tabardillo que, además de insolación, significa alocado: ‘fulanito está atabardillado’. La apendicitis aún se conoce como cólico miserere.
Las comidas tienen nombres que merecen mi atención. La cuajadilla es una torta de huevo frito con carne y cebolla; el mequiebre es una porción de arroz con huevo cocido que sirve de almuerzo a los campesinos cuando se alejan de sus hogares a desarrollar sus faenas. Ante la falta de bebidas para acompañar los alimentos, la gente toma ‘chicha de policía’ (agua).
En el habla de la región azuerense, encontramos una gran cantidad de voces metafóricas como encasquillarse que significa disgustarse: ‘Juan se encasquilló cuando vio su evaluación’; la voz atravesarse se usa con el mismo significado.
La fonética de la zona también tiene sus particularidades: se pierde la d intervocálica: comío por comido, venao por venado, agraciao por agraciado. Se aspira la s en sílabas trabadas y finales y se dice eto por esto, casah por casas y, la l se convierte en r al final de sílaba: comel por comer, calta por carta.
El habla del azuerense merece un estudio minucioso que evidencie la multiplicidad de sus aristas.
El autor es profesor y lexicógrafo.
Síguenos