¿Dónde nos dejaron viviendo?
La Prensa | Opinión | Voces de la Academia | 6 de abril de 2024
Por Jorge Sarsaneda del Cid
La primera vez que llegué a un lugar lejano en la comarca ngäbe, luego de diez horas a caballo, desde Tolé, me dijeron que había llegado a Llano Ñopo. Me extrañó el nombre -aunque era un llano grande-, por lo de “ñopo”, que es una palabra del “panañol” -como dice el profe Candanedo- que significa “rubio”. ¿Qué hacía un “llano rubio” en el corazón de la comarca ngäbe? Pregunté y la explicación fue la de casi siempre: gente vino de fuera y le puso el nombre. ¿Quién acepta que alguien venga de afuera y le ponga nombre a tu casa? ¿Quién es tan descarado de llegar a un lugar extraño e imponer un nombre? Pues muchos aceptamos con silencio y hay muchos descarados.
Como soy necio, seguí indagando por el nombre del lugar y me dijeron que en realidad se llamaba Suliagwatdabitdi, que quiere decir: “Sobre el cuero de los latinos”, en alusión a una derrota que infirieron los indígenas a los españoles, en ese lugar, hace buen número de años (o, para hablar en buen “periodiqués”, “hace mucho tiempo atrás”). Este es un ejemplo de los cientos que podemos citar de cómo las imposiciones están a la orden del día -¡todavía hoy!- por parte de las autoridades o simplemente de cualquier mentecato con ínfulas de colonizador, que se acerca a las comarcas.
Ejemplos clarísimos y clamorosos podemos recordar. Veamos cuatro:
Hay una comunidad situada en un lugar precioso, al lado de una quebrada que baja rumorosa de la montaña. Llegó un latino y decidió que el lugar debía llamarse “Hato Rincón”, porque estaba en un “rincón” (según él) y había algún ganado suelto. Y así apareció en los mapas “oficiales”. Pregunté por el nombre y resultó que se llamaba “Jädeberibotdä”, que significa “Junto a la quebrada de mucha piedra”, nombre mucho más significativo, descriptivo, propio, incluso poético.
En 1972 conocí, en Munä, otro nombre curioso: “Alto Caballero”, igual estaba en los mapas. Me pareció raro, pero normal porque había una familia de apellido Caballero. Mi sorpresa fue enterarme que el lugar en realidad se llama “Siädogwäbitdi”, que es “Sobre la cabeza de la totuma”, nada que ver con el nombre ni con el mapa.
Hay otra comunidad en la montaña de Nole Duima que fue “bautizada”, por los mineros que anduvieron por ahí en los ochentas, como Cerro Escopeta. Es cierto que es un cerro, pero al preguntar por el nombre del lugar, me dijeron “Müegidetde”, que significa “En el brazo del río san Félix”, o sea, absolutamente nada que ver, pero otra vez, la pusieron en el mapa como C. Escopeta. La opinión de la gente ngäbe no importa.
Pero el lugar que se lleva el “oscar” a la imposición-invento es un poblado en la laguna de Chiriquí, en la costa de Bocas, no en la comarca. Cuando subimos al bote, en isla Colón, me dijeron que íbamos para “Charcol”, me sonó extraño, pero… A la media hora, llegamos a una ensenada preciosa y, sin preguntar, me dijeron: aquí se llama “Shark hole” (el hoyo de los tiburones), porque hay muchos. Claro, “charcol”, para el que no escucha bien… Bajamos en el muellecito, caminamos y veo un letrero del Meduca: “Comunidad de Secretario” (¿?) y pensé que estábamos en otro lugar. Pregunté a un transeúnte: ¿cómo se llama aquí? “Quebrada Marañón”. Más enredo, ya iban ¡cuatro nombres! Por fin, necio como siempre, pregunté a un señor mayor por el nombre del lugar en ngäbere: “Blüri”, que quiere decir “Quebrada sapo”. Ese es el verdadero nombre.
Nombres en relación con la naturaleza en donde vivimos, con la belleza que nos rodea y agradecemos, con la tierra que nos da vida, con nuestra historia, con nuestros gustos… ¡Tienen mucho sentido los nombres en ngäbere! ¿Qué hacemos imponiendo tonteras y -peor aún- haciéndolas oficiales?
Sugerimos -si sirve de algo-, a la Contraloría (INEC), al Instituto Tommy Guardia, al viceministerio de Asuntos Indígenas, al ministerio de Cultura, al de Educación, que se respete la ley de la comarca Ngäbe-Buglé y la cultura de la gente y se pongan los nombres que corresponden a los lugares, no los que inventa cualquier pasajero. Podría ser un paso más en la formación de este Panamá multicultural y plurilingüe que necesitamos ir construyendo.
El autor es investigador y académico.
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