Agobiada de trágicos recuerdos
La Prensa | Opinión | La Voz de la Academia | 6 de julio de 2022
Por Margarita Vásquez

La poetisa panameña Zoraida Díaz vivió los últimos 20 años del siglo XIX en Las Tablas y 48 del siglo XX en la ciudad de Panamá. Tomado de elquiadesvillarrealcastillo.blogspot.com
La muerte no tuvo compasión. Zoraida Díaz, poetisa panameña que vivió los últimos 20 años del siglo XIX en Las Tablas y 48 del siglo XX en la ciudad de Panamá, sobrevivió a la muerte en plena juventud de sus 2 primeros esposos y también de sus hijos. Por encima de la esperanza que anidaba en el pensamiento de aquella joven recién casada cuando una fresca y lozana época marcaba el inicio de la vida matrimonial que consideraba propicia, la muerte temprana del compañero de vida elegido por el corazón enamorado truncó las esperanzas de Zoraida: casarse, tener sus hijos, criarlos bien, formar una familia unida y feliz. Fue la primera panameña en publicar un libro de poemas.
La parca se llevó muy prontamente al primer esposo; casada en segundas nupcias, poco después pierde al segundo compañero de vida, sin importar la plenitud de la juventud de la pareja. A su tercer marido, el señor Schtrom, le correspondió vivir junto a ella los años de la madurez.
Pobre, Zoraida, las parcas la rondaban como a todos los humanos, claro está. Tal vez ese fatal designio inspiró los versos inolvidables de su sonetillo, que dicen: /En dónde estás, alma mía,/que no te puedo encontrar/ ni en el cielo, ni el mar,/ ni en mi constante agonía./ Para concluir afirmando: /quiero ser rosa botón,/ ser celaje rosicler,/ ser todo, menos mujer/ con memoria y corazón/.
Hoy he visitado a Zoraida en compañía de mi coetáneo Juan Antonio Tejada, como antes lo hice acompañada por la dispuesta conversación de Melquiades Villarreal. Vuelvo con los lectores de hoy a considerar lo que se escribiera 112 años atrás. En la página 6 de la revista costarricense Páginas ilustradas, las palabras del cronista muestran que está impresionado por la belleza e inteligencia de la joven viuda. Al pie de la foto está el nombre: Doña Zoraida vda. de Escobar.1 Más abajo hay un epígrafe que dice: “Lleva en una mano el broquel de la virtud y en la otra la zampoña del consuelo”. En este periódico costarricense de 1911, la imagen de nuestra poetisa muestra a una dama pulcra, bien parecida, peinada según se acostumbraba, con bellos ojos tristes que infunden respeto y admiración. Es la fotografía de una maestra de altura intelectual, de aquellas que fueran cuidadas por la sociedad panameña de aquellos años por encima de cualquier intento de persecución porque había gamonales que perseguían, tierra adentro, a quienes tuvieran entre sus aspiraciones algún deseo de alfabetizar en los pueblos a los más débiles, socialmente hablando. O pensando en general, porque había críticas sociales implacables en contra de la mujer.
En la página 7 se reproduce el siguiente poema de Zoraida Díaz, una muestra del romanticismo tardío, propio para la expresividad de los escritores panameños en 1910.
24 de diciembre
Para el inolvidable compañero de mi juventud/Agobiada de trágicos recuerdos/En esta noche para mí fatal,/El corazón suspende sus latidos/Y solloza en su lóbrega horfandad.
El mundo en su revuelto torbellino/Contento, alegre y bullicioso canta/Yo contemplo una sombra en mi camino/Que con trémulo paso se adelanta./Es la sombra tristísima y doliente/De un alma que los cielos abandona;/Trae sobre los rizos de la frente/El emblema del héroe: una corona.
Y llega ansiosa, y tímida me ofrece/Esa guirnalda que en su frente brilla;/Un inmenso pesar en mi alma crece/Al verla ante mis plantas de rodillas
Y así me dice: ¡Oh tú, la que en tiempo/De mi vida apartaste los abrojos/Ya no puedo, cual antes, ofrecerte/Mi corazón, recibe sus despojos.
En mis noches glaciales, cuando moro/Bajo la piedra del sepulcro frío/Pensando siempre en ti padezco y lloro/Sin un consuelo en mi dolor impío.
¡Recuerdo palpitante de mi vida,/Oscura sombra que mi mente empaña,/Me duele el corazón, profunda herida/Abrió esa muerte en mi infeliz entraña.
Amargura inmortal, cuyas raíces/Savia doliente esparcen por mi ser,/No renovéis las hondas cicatrices/¿No es posible ya tanto padecer!
Zoraida Díaz V. de Escobar
Panamá, 1910.
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